14.4.08

VER: la fuente eterna de libertad interior

Cuando fui invitado a venir aquí, primero me negué, porque anteriormente una vez había intentado disertar en inglés y no pude con el idioma. Pero la invitación fue tan cálida y atrayente que finalmente acepté. Y debo decir que, ahora que estoy aquí, no solo no me arrepiento, sino que estoy muy agradecido de ser parte de este evento. Y así es que trataré de contribuir lo más que pueda. Me recuerda algo –a veces se encuentran cosas muy hermosas en Freud- recuerdo que él estaba muy amargado por no poder llegar a una formulación consistente de su teoría, y él citó a un poeta musulmán diciendo: “Nos gustaría tener alas para volar hacia Dios; pero no está prohibido ir en esa dirección, aún rengueando.” Así será en mi caso.

Las actividades de todos aquí, en este microcosmos, parecen reflejar lo que está sucediendo en todo el mundo. Estaba sentado esta mañana imaginando la vida en este planeta: gente yendo de aquí para allá, respondiendo a todas las necesidades de la vida, siendo parte de un inmenso e ininterrumpido movimiento de intercambio, pero al mismo tiempo como si estuvieran manejados por lo que podría llamarse la hipnosis de la vida –incluyendo modos de pensamiento, creencias, etc.- en la que todos han estado inmersos desde la niñez. Y también recordé que hay lugares en el mundo que tienen algo así como grandes antenas dirigidas hacia arriba, a través de las cuales otra acción parece tener lugar permitiendo que el significado y la conciencia entren en la vida de uno.

Pero para realmente permitir esta acción, uno tiene que parar, hacer lugar para el sentido del misterio, y la aparición de una búsqueda real. Hoy los científicos ven al hombre como frente a un misterio doble: lo infinitamente grande y lo infinitamente pequeño. Entre ellos está el hombre, un tercer misterio, con cerebro de infinita complejidad. Esta imagen, quizás, no invita a la experiencia directa, y yo preferiría decir que estamos entre dos misterios –el mundo exterior y el mundo interior- y para estar abierto a estos dos mundos, el hombre tiene que conocerse a sí mismo, conocerse a sí mismo totalmente.

Parar, es decir, realmente preguntar, alcanzar una mente contemplativa parece ser importante tanto para la ciencia como para la religión. La ciencia reconoce ciertas clases de interacciones fundamentales –por ahora han sido identificadas cuatro fuerzas fundamentales- y el último objetivo de la ciencia es llegar a una teoría unificada que nos permita ver todo fenómeno del universo dentro de una perspectiva integrada. Evidentemente, la religión –en el sentido más amplio y no en el restringido- apunta a la misma dirección, o sea, hacia lo uno o unidad, hacia el ver lo uno en medio de la diversidad. Por lo tanto tal vez podríamos seguir esta línea y tratar de entender esta búsqueda de una visión de l mundo más amplia o más unificada, comenzando desde la periferia y moviéndonos simbólicamente hacia el centro.

Somos herederos de un antiguo conocimiento que nos ha sido transmitido a través de las épocas. Muchas de las palabras que usamos automáticamente son de hecho testimonio viviente de este conocimiento. Como hemos olvidado el significado real de palabras comunes tales como “católico” o “universidad”, que podrían volvernos hacia lo uno, hacia lo universal, hacia lo único, tenemos que inventar palabras nuevas como “holístico” (derivado del griego holos que también expresa lo entero o la totalidad) para recordarnos el peligro envuelto en la fragmentación o dispersión del conocimiento.

Cada vez se siente más la necesidad de que los dos mundos, el de la ciencia y el de la religión, se unan, dándose cuenta, no obstante, de que cada uno se aproxima a la vida desde un punto de vista diferente. Uno, basado en una extraordinaria proliferación de conocimiento, ligado solamente por la actividad de la mente –o el cerebro-, parece estar conduciéndonos a una creciente complejidad; conduciéndonos hacia fuera, especialmente fuera de nosotros mismos. El otro mundo y su conocimiento parece estar relacionado con el “ser” , con algo que nos conduce hacia adentro y nos revela el misterio interior. Esto es exactamente lo que el Dr. Roger Walsh expresó en su artículo, “El choque paradigmático”, mostrando que hay dos clases de conocimiento, y que hay una ausencia de comunicación , de comprensión entre estos dos reinos. Hay un “conocimiento dependiente del estado”, que nos muestra cosas que no podemos ver en un estado ordinario de conciencia; requiere una experiencia interior de una cualidad definida. El otro conocimiento no necesita un estado especial; está allí en nuestra memoria, en libros, en salones de clase y aún en computadoras.

Probablemente es imposible que alguien que no haya explorado realmente las posibilidades del “conocimiento interior” acepte esta clase de conocimiento y no desconfíe de él o lo rechace por mágico, irracional, primitivo, emocional, o lo que sea.

Creo que el propósito de una conferencia como ésta es esencialmente tratar de reunir estas dos clases de conocimiento. Pero quizás lo más difícil de todo es relacionarlos en nosotros mismos.

Recién en las últimas décadas la ciencia ha reconocido la importancia del sujeto, del investigador, del observador, y ha subrayado la necesidad de comprender mejor la manera en que le propio observador influye sutilmente en los objetos de sus experimentos. Se vuelve importante, por lo tanto, conocer al investigador, al sujeto, así como al objeto de estudio importante ir hacia lo desconocido tanto afuera como adentro, el mundo y el campo del ser interior a la vez. Y lo que es tan sorprendente es que esta búsqueda interior en sí misma también requiere extremo rigor y disciplina. Es también, una ciencia, una ciencia que uno podría llamar “ciencia del ser”. La psicoterapia hoy, mientras continua desarrollando su cuerpo específico de conocimiento médico y metodología práctica, también trata de fomentar la indagación interna y el análisis individual, lo cual requiere como mínimo la misma cantidad de educación especial. Para demostrar cuán difícil es acceder a esta otra clase de experiencia, permítanme contarles acerca de un hombre en Francia que era muy venerado por su trabajo y escritos, aún hasta el punto de haber sido elegido para la Academia Francesa. Todos se maravillaban de su discernimiento y la brillantez de sus retratos psicológicos. Varias películas se inspiraron en sus libros. Un día trajo a su hijo para una consulta. Era claro que el no entendía la menor cosa sobre la situación de su hijo. Sólo podía –encantadoramente, sin duda- los detalles más superficiales. Él había observado todo desde afuera, incapaz de vivir la vida de otro desde su interior. Este ejemplo me demostró lo difícil que es ir hacia dentro de uno. Tal práctica necesita un guía; necesita condiciones especiales, ayuda de alguna clase.

La contribución fundamental de la psicoterapia, cualquiera sea su forma, ha sido la aproximación científica a entrar en sí mismo. Uno puede pasar una vida mirándose a sí mismo desde afuera, esto es, solamente desde la mente –pensando acerca de si mismo, razonando en todas sus variadas formas- pero eso no es realmente una experiencia. La experiencia de la conciencia de sí mismo (self-awareness) requiere que uno “venga hacia dentro de sí” (come incide).. Venir hacia adentro puede ser visto como el primer umbral de la iniciación de sí. Significa un desplazamiento (a shift), un cambio drástico de orientación, de escuchar interiormente, hasta que súbitamente el evento, simple y obvio, es revelado: lo que tiene lugar en este cuerpo comienza a ser percibido desde adentro. Tan simple, ¡pero estamos tan lejos de ello en nuestro estado usual!

Podemos encontrar en muchas tradiciones espirituales narraciones simbólicas de esta progresión hacia el conocimiento interior. El templo hindú, por ejemplo, está construido como una imagen del universo y del hombre y entrar en el templo nos señala una entrada en el cuerpo propio, en uno mismo. Hay innumerables etapas en el camino de “estar en sí” (being in oneself). Pero eventualmente se llega al altar, donde está el lingam; representa el Atman, el UnoMismo real (the real self), el cual penetra todo individuo y toda naturaleza. Ustedes pueden tomar el lingam superficialmente, como un simbolismo sexual, pero yo pienso que su significado es mucho más grande y conlleva un sentido de ir hacia adentro, dentro de la Madre, dentro de la noche oscura, para que desde allí pueda tener lugar un nuevo nacimiento. Como tal vez sepan, el templo hindú tiene una orientación opuesta a ala nuestra –mira hacia el oeste- y el sol, así como el lingam, desaparece en la oscuridad, y más tarde nace de esta madre noche.
El mismo simbolismo y misterio aparece en el Cristianismo; una d elas plegarias más esotéricas, el Ave María, habla sobre la María eterna, la Virgen Negra, dando nacimiento al niño de luz.

Por Michel de Salzman
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